“Jesuita franciscano”, nacido en 1936 en Argentina, de
padre y madre italianos, novicio de la Compañía de Jesús en 1958, antes
estudiante de química y que ya había perdido un pulmón, sacerdote a los 32
años, provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, Arzobispo, Presidente de
la Conferencia Episcopal Argentina y, finalmente, Cardenal.
Llega a la silla de Pedro conociendo la
responsabilidad inmensa que le viene encima, pues lleva muy adentro la evolución
y avatares de esa gran realidad eclesial e institucional que es la Iglesia
católica, trajinada muy desde el principio por el mensaje profético y
transformador del Nazareno y al mismo tiempo por los intereses de
los poderosos y políticos que disputarán relacionarla y dominarla con
miras muy opuestas a las del Nazareno. Mucho camino ha recorrido la Iglesia
desde que en el siglo IV el obispo Eusebio de Cesárea crease la figura de
Pedro-Papa. Ciertamente, el papado no es de origen cristiano ni hay nada en el
Evangelio que lo fundamente. Existían en los primeros siglos las grandes
metrópolis de Constantinopla, Roma, Antioquía y Alejandría, cada una con su
obispo, en igualdad de funciones y poder. Eran obispos o patriarcas y se
les llamaba popularmente popes = padres en señal de
respeto y estima. Luego, fue Roma la que se apropió del título de
Papa por obra del obispo Eusebio de Cesárea, todo evolucionó y acabó dando al
Papado figura de una Monarquía la más absoluta, en tiempos de la reforma
de Gregorio VII.
Convendría no olvidar que: en las entrañas de la
Iglesia, y en niveles singulares de la jerarquía, por más
condicionamientos negativos que operen, son miles y millones los seguidores de
Jesús que con libertad y entrega sostienen la validez y credibilidad de la
Iglesia.
En estos últimos días, la maquinaria mediática ha inundado al
público con una ola de banalidades eufóricas. Se trata de la selección de un
nuevo Papa en la Iglesia Católica Romana.
Esta interminable celebración del dogma y ritual alrededor de
una institución desde hace siglos es asociada a la opresión y el atraso está
sellado con un carácter profundamente antidemocrático. Es un reflejo del giro
hacia la derecha y del repudio de los principios democráticos por todas las
estructuras políticas incluyendo el principio de separación entre iglesia y
Estado consagrado en la Constitución estadounidense. ¡Qué lejos se encuentra de
los ideales políticos que animaron aquellos quienes redactaron ese documento!
Fue la opinión de Thomas Jefferson que "en cada país y en cada era, el
sacerdote es hostil a la libertad. Siempre está aliado al déspota, siendo
cómplice de sus abusos a cambio de su propia protección".
La opinión de Jefferson -y el carácter reaccionario del servil reportaje de los medios- no encuentra mayor confirmación que en la identidad del nuevo Papa, oficialmente celebrado como un ejemplo de "humildad" y "renovación".
La opinión de Jefferson -y el carácter reaccionario del servil reportaje de los medios- no encuentra mayor confirmación que en la identidad del nuevo Papa, oficialmente celebrado como un ejemplo de "humildad" y "renovación".
Colocado en el trono papal se encuentra otro duro enemigo,
de la ilustración y de toda manifestación del progreso humano. También se trata
de un hombre que está profunda y directamente implicado en uno de los más
grandes crímenes desde la Segunda Guerra Mundial: la "Guerra Sucia"
argentina.
En medio de la pompa y las ceremonias del día viernes, un representante del Vaticano tuvo que responder públicamente a interrogatorios sobre el pasado del nuevo Papa Francisco, el arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio. Éste descartó las acusaciones hechas contra Bergoglio, llamándolas maniobras de "elementos anticlericales de izquierda". Eran de izquierda muchos de los 30,000 trabajadores, estudiantes, intelectuales y otros que fueron "desaparecidos" y asesinados, y las decenas de miles de personas que fueron encarcelados y torturadas.
En medio de la pompa y las ceremonias del día viernes, un representante del Vaticano tuvo que responder públicamente a interrogatorios sobre el pasado del nuevo Papa Francisco, el arzobispo de Buenos Aires Jorge Bergoglio. Éste descartó las acusaciones hechas contra Bergoglio, llamándolas maniobras de "elementos anticlericales de izquierda". Eran de izquierda muchos de los 30,000 trabajadores, estudiantes, intelectuales y otros que fueron "desaparecidos" y asesinados, y las decenas de miles de personas que fueron encarcelados y torturadas.
Images ‘Copyleft’ by Carlos Latuff |
Pero algunos de los críticos más duros del nuevo Papa son de
la misma Iglesia Católica, incluyendo a sacerdotes y trabajadores laicos que
han declarado que Bergoglio los entregó a los torturadores como parte de un
trabajo colaborativo para "limpiar el patio" de la Iglesia de
"izquierdistas". Uno de ellos, el sacerdote jesuita Orlando Yorio,
fue secuestrado junto con otro sacerdote después de ignorar una advertencia de
Bergoglio, en aquel entonces cabeza de la orden jesuita en Argentina, de que
detengan su labor en barrio pobre de Buenos Aires. Durante el primer juicio a
los líderes de la junta militar en 1985, Yorio declaró: "Estoy seguro de
que él mismo entregó la lista con nuestros nombres a la Marina". Los dos
fueron conducidos al centro de tortura de la infame Escuela de Mecánica de la
Armada y mantenidos por más de cinco meses antes de ser drogados y botados en
un pueblo afuera de la ciudad. Bergoglio estaba ideológicamente predispuesto a
apoyar las matanzas políticas que fueron desatadas por la junta. A comienzos de
la setenta se había asociado con la derechista Guardia de Hierro del peronismo,
cuyos cuadros -junto con elementos de la burocracia sindical peronista-
formaron los escuadrones de la muerte conocidos como la Triple A (Alianza
Anticomunista Argentina), que condujeron una campaña de exterminación de izquierdistas
opositores de izquierda del ejército antes que la junta tomara el poder. El
almirante Emilio Massera, jefe del Ejército y el ideólogo principal de la
junta, también empleó a la Guardia de Hierro, particularmente en la eliminación
de la propiedad personal de los "desaparecidos".
Yorio, quien murió en el 2000, acusó a Bergoglio de tener
"comunicación con el almirante Massera, le habrían informado que yo era el
jefe de los guerrilleros."
Para la junta la más mínima expresión de oposición al orden social existente o la simpatía a los oprimidos equivalía a terrorismo. El otro sacerdote que fue secuestrado, Francisco Jalics, recordó en un libro que Bergoglio les había prometido que le diría al ejército de que no eran terroristas. Según Jalics: "Por parte de declaraciones posteriores hechas por un oficial y 30 documentos a los cuales obtuve acceso después, fuimos capaces de comprobar, sin ningún lugar a dudas, de que este hombre no cumplió su promesa, sino que, al contrario, presentó una falsa denuncia al ejército".
Bergoglio declinó aparecer en el primer juicio a la junta
así como a procesos posteriores en los cuales fue convocado. En el 2010, cuando
finalmente se sometió a un interrogatorio, los abogados de las víctimas lo
describieron como "evasivo" y "mentiroso". Bergoglio afirma
que sólo se enteró después del fin de la dictadura de la práctica de la junta
de robar los bebés de las madres desaparecidas, las cuales habían sido
secuestradas, mantenidas hasta que dieran a luz y entonces ejecutadas; sus hijos
luego pasarían a familias de los militares o la policía. Esta mentira fue
desenmascarada por las personas que le habían pedido ayuda para encontrar a
familiares perdidos.
La colaboración con la junta no fue una mera flaqueza personal de Bergoglio, sino una política de la jerarquía católica, que apoyó los objetivos y métodos del ejército. El periodista argentino Horacio Verbitsky expuso el intento de encubrimiento de Bergoglio a esta sistemática complicidad en un libro que Bergoglio escribió, el cual editó pasajes comprometedores de un memorando que registraba un encuentro entre el liderazgo de la Iglesia y la junta en Noviembre, ocho meses antes del golpe militar.
Este apoyo no fue de ninguna manera platónico. En los
centros de tortura y detención había sacerdotes asignados, cuyo trabajo no era
atender y consolar a aquellos que sufrían tortura y muerte, sino ayudar a los
torturadores y asesinos sobrepasar todas sus angustias de consciencia. Usando
parábolas bíblicas como la de "separar el trigo de la paja", ellos
aseguraban a aquellos que operaban los llamados "vuelos de la muerte"
-prisioneros eran drogados, desnudados, y lanzados al mar- de que estaban
haciendo el "la obra de Dios". Otros curas participaban en las
sesiones de tortura y trataban de usar el rito de la confesión para extraer
información para los torturadores.
Como Jefferson señalaba, la Iglesia "siempre está
aliada a déspotas". Lo fue en España. Apoyando a los fascistas de Franco;
colaboró con los Nazis mientras éstos llevaban a cabo el Holocausto en Europa,
y también dio su apoyo a los Estados Unidos durante la guerra en Vietnam.
El que se nombre a una persona como Bergoglio como Papa -y
su celebración por los medios noticieros y en los círculos gobernantes- es una
dura advertencia. El mensaje es claro: a la vez que se aceptan los horribles
crímenes llevados a cabo en Argentina hace 30 años, aquellos en el poder
contemplan usar métodos similares una vez más para defender el capitalismo de
la creciente lucha de clases y de la amenaza de la revolución social. En otras
palabras, el teatro de operaciones está listo para marcar las pautas del nuevo
orden mundial, y a la cabeza del bien aceitado aparato vaticano, estará un
“jesuita”, quien tiene sobrada experiencia en poner fin a las personas que pretenden
salirse del orden social establecido.
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